La bruja decía 

   La señora A. F. tenía sueños reiterados sobre una mujercilla esmirriada que la perseguía con un puñal en alto mientras amenazaba: “¡Te mataré! ¡te mataré!”. A. F. desesperada resistía al momento de expresar ¡No, no!, para despertar sudorosa y en llanto. Esto se repetía todas las noches con ligeras variaciones y el mismo resultado: persecución y forcejeo para asesinarla. 

   La salud de la señora A. F. fue en desmejora. Su cara flácida lo expresaba, había bajado de peso y temía a todo, las ayudas sicológicas y el apoyo de su familia no le daban ninguna mejoría. Una amiga comedida le aconsejó ver a una señora que se encargaba de “ciertas curas” que la medicina tradicional no lograba. A. F., como último recurso, fue con ella quien la escuchó impasible y adusta y las despidió casi sin articular palabra. “Pérdida de tiempo” le dijo a su compañera y aunque ésta le animaba a que tuviera fe A. F. volvió desilusionada. 

   Esa noche como siempre el sueño (o pesadilla más bien) volvió. Apareció la famélica mujer que la amenazaba siempre pero ahora con expresión más maléfica que nunca. Cuando doña A. F. aterrorizada emprendió –como todas las veces—la angustiosa huida esta vez escuchó una voz que le ordenaba: “¡mátala! ¡mátala! ¡clávale el cuchillo en el corazón!”. Más temerosa que convencida no le costó nada desarmarla pues era más alta e hizo lo que el grito femenino le advertía. Con sorna, ira y ansia clavó y clavó el puñal innumerables veces y despertó cuando aún hacía en la almohada el ademan de apuñalar. No volvió a tener esta pesadilla nunca más. Recobró las ganas de vivir, volvió a su peso normal y al estilo suntuoso acostumbrado de dama de sociedad.  

   Aunque parezca fantasioso el hecho es verídico, pero por respeto a las personas involucradas no damos los nombres de ella y su compañera y mucho menos de la señora curandera que la salvó de la vida de pesadilla que llevaba tanto en las noches como en el día. (O)