Y así es como va el mundo

Leonard Durán

Ensimismados, meditabundos, llenos de miedo, de pánico; vueltos a Dios, incluso uno que otro ateo; añorando la libertad, también el libertinaje; confinados en casa, sin comprender cómo un virus se tomaba el planeta entero y amenazaba con diezmar a todos si es posible.

Todos clamando por la vida; por una segunda oportunidad sobre la faz de la tierra. Todos hablando de la solidaridad. Los más, creyendo en la ciencia para que descubra el antídoto contra ese ser invisible. Todos ofreciendo cambiar. Parecía que llegó la hora de humanizar a la humanidad. ¡Qué cruel paradoja! De entender que el hombre no es dueño de nada, ni está sobre nadie.

Ese invisible, que obligó al hombre a taparse boca y nariz; que puso en vereda al orgullo, a la soberbia, a la insolidaridad, al desamor, a la insensatez, a los amantes de lo material aun a costa de explotar a sus semejantes, no ha sido derrotado del todo.

Y como si eso no hubiera sido suficiente para entender la “naturaleza humana” ahora asoma la guerra. El virus llegó sin costarnos nada; pero en los instrumentos para la guerra, el hombre, el supuesto inteligente, el supuesto único ser que razona, invierte miles de miles de millones de dólares para destruir a otros, para destruirse a sí mismo, al planeta.

Miles de gentes, sin más que una mochila, un peluche, salen del escenario del horror que huele a muerte, a desangre, a destrucción, a deshumanización, a “desALMAnización”. Dejan su patria, su casa, su jardín, su silla preferida, de pronto algún recuerdo que nadie querría que lo descubriera, sin saber si cuando vuelvan, estas querencias aún las esperan.

Como si la hambruna que padecen millones de seres humanos no importara; como si otras “guerras menores” no destruyeran vidas y produjeran éxodos interminables; como si otras enfermedades no siguieran matando gente, el hombre, el supuesto hecho “a imagen y semejanza” de un Dios en el que cree, no recapacita; es incapaz de poner límites a su sed de poder, de imponerse sobre el otro, de dirigir, si le es posible, a toda la humanidad.

En la selva los depredadores matan para sobrevivir. Esa es su naturaleza. De una manada de ñus solo sacrifican a uno. Y es posible que hasta se duelan asimismo tener que hacerlo. Y es posible que esos animales, con su solo instinto consideren al hombre como el ser más insensato y cruel de la tierra. (O)