Inmadurez infantilista

Claudio Malo González

Recuerdo los lejanos tiempos cuando asistía a la escuela, al darse conflictos o conflictillos las dos partes decían yo hago las cosas a mi manera solito. En la pugna, que va más allá de lo sensato, entre el Congreso y el Presidente, cada una de las partes se emperra en que tienen la razón y que cada quien hará su voluntad. Controversias y desacuerdos son frecuentes en la vida humana y lo sensato es llegar a un acuerdo sin que haya el ánimo de que “como yo tengo la razón, no cedo”. En desacuerdos poco importantes es normal que primen los caprichos, pero si está de por medio la suerte de otras personas, la sensatez llama a que haya un acuerdo.

En el ordenamiento político de los Estados, para superar la concentración de poderes en una persona, como en las monarquías, se propuso la democracia que opera en  muchos Estados del mundo y que parte de la diversidad de criterios de la condición humana y la posibilidad, renunciando al egoísmo, de llegar a acuerdos que más allá de los caprichos individuales, beneficie al bien común, lo que requiere un nivel de madurez en el que el bienestar colectivo esté por encima de las ambiciones individuales y la armonía supere enfrentamientos inútiles.

El funcionamiento de la democracia requiere cultura política suficiente. Lo que estos días hemos visto es que el Presidente de la República y el Congreso se han encaprichado y cada uno de estos poderes del Estado pretenden andar por su cuenta dejando a un lado los intereses del país, lo que pone de manifiesto un infantilismo contrario al Estado ecuatoriano. No afirmamos cuál de las dos partes está en lo correcto y cuál va a ganar.

Lo real es que hay un gran perdedor: el pueblo ecuatoriano al que más que rencillas infantiles le interesa un mejoramiento de las condiciones globales. (O)