A dos años del COVID y aún con saldo negativo, testigos de este infortunio fueron las familias a quienes se les reprimieron las cálidas despedidas de sus seres queridos; 4,5 millones de estudiantes que le hicieron frente a una virtualidad improvisada y aproximadamente el 8 % de ellos lidiaron con las exigencias en la transición bachillerato – universidad; el comercio continúa batallando en la compleja dinámica oferta-demanda no solo vista desde la economía del mercado sino de una economía de cuidado que pone sobre el tapete una serie de realidades diferenciadas.
Ecuador registró en dicho escenario como principales impactos: el aumento de los índices de pobreza; vacíos en el rendimiento educativo; incremento de la violencia intrafamiliar; precarización laboral; colapso del sistema de salud; enfermedades asociadas a la salud mental, inflexibilidad del sistema financiero; en fin, una serie de variables conductuales teñidas por la percepción de incierto de garantías estatales hacia los sujetos de derechos.
En medio de dicho escenario y al borde de un comportamiento obsesivo-colectivo, se quebrantó la armonía en todos los niveles de organización; sociedades con escaso juicio sobre un real ejercicio de solidaridad, empatía y corresponsabilidad ciudadana; ante ello, la respuesta institucional fue una improvisación reconstruida de lo aprendido en tiempos “de normalidad”. Lo cierto es que entre la mecánica ensayo-error-aprendizaje y la resiliencia impuesta, hemos avanzado hasta aquí. (O)
