Hablando de desastres

Mario Jaramillo Paredes

Hace ya bastantes años cuando cumplía las funciones de Ministro de Educación, Cultura y Deportes (así de largo era el nombre y de complejas las funciones) recibí la visita protocolaria del Embajador de China.

Siguiendo la tradición iniciamos la conversación hablando del clima. Eran los días en que el fenómeno de El Niño -en una de sus versiones más fuertes- atacaba nuestro país, especialmente la Costa, causando destrozos sobre todo en los locales educativos y en las carreteras.

Cuando la conversación tomó un giro menos formal, el Embajador muy diplomáticamente me dijo -en otras palabras- que ellos tienen inundaciones de gran magnitud y fenómenos de este tipo pero con la diferencia que se dan todos los años y con mucha más fuerza que las inundaciones aquí.

Las secuelas son enormes, dijo y se cuentan por cientos de miles los damnificados.

En resumen, señaló que de gana nos quejamos tanto cuando llegan estos fenómenos que para otras partes del mundo son anuales y más fuertes.

El Huracán IAN durante la semana pasada recorrió parte del Caribe y el Golfo de México, causando enormes daños en Cuba y Estados Unidos, especialmente en la Florida.

Buena parte de Cuba quedó sin electricidad y mucha gente perdió todo lo que tenía. Igual en la Florida, en donde más de dos millones de habitantes tuvieron que ser evacuados. Frente a las secuelas de este huracán, nuestros fenómenos de El Niño e inundaciones invernales, son juegos de niños…y de niñas.

La criminal invasión rusa a Ucrania ha cobrado en siete meses entre seis y diez mil muertos ucranianos y una cifra similar de rusos. Seis millones de ucranianos han abandonado el país llevando todas sus pertenencias -su vida- en una mochila.

Buena parte de los muertos, no son soldados, sino civiles, niños y ancianos.

Frente a esa tragedia humanitaria, el número de muertos en guerras en nuestro país es infinitamente menor, incluyendo las guerras por la Independencia. Más gente ha muerto en accidentes de tránsito que en combates.

Visto en perspectiva, nuestros sufrimientos son, en guerras y fenómenos naturales, infinitamente inferiores a los de otros países. No es un consuelo, pero sí un motivo de reflexión.

Para no lamentarnos tanto y para sobreponernos más. (O)