Crónica de una herida

Jorge L. Durán F.

Y se vino la gran marcha por la vialidad. ¿Por qué otro motivo pudo ser, pues? No sé cuántas se habrán organizado en este pequeño punto de la patria.

Fue una más de cuantas vendrán por los siglos de los siglos. Ya lo verán.

Ese día los apóstoles del sentenciado madrugaron a colocar sus cartelones. Qué sinvergüencería. No faltaron las canciones revolucionarias de las décadas de los 70 y 80. Quienes las canturreaban, los fines de semana bailarán pop y vestirán de extravagantes. La metamorfosis también es cínica.

Y llegaron los marchantes presididos por una tenaz llovizna, la misma llovizna que a esa hora seguía cayendo por las mismas heridas viales, esas heridas por las cuales transitan cientos de gentes, ignorando si llegarán “sanisalvos” a sus destinos.

Una marea de paraguas cruzó por las calles portando cartelones, gritando consignas, similares a las expresadas hace 10, 20, 30, 40, 50, 60, 70, 80 años por gentes que hasta organizaban paros provinciales para exigir se curen aquellas heridas.

Luego los marchantes desaparecieron cerrando sus paraguas, envolviendo sus cartelones o dejándolos en las bancas del parque. Unos se tomaban, en grupo, selfies. Otros posaban para subir fotos al Facebook. Al final, quedaron los vendedores de chochos. Y todo volvió a ser como horas antes. ¡Qué desasosiego!

Al frente, el mismo edificio, símbolo del poder. Se ha vuelto sordo de tanto escuchar los reclamos de siempre y por las mismas heridas de siempre: las viales.

Metido allí, un ministro ensayaba trabalenguas. Daba cifras con muchísimos ceros; además que respondía a preguntas hechas medio “fuera del tiesto”.

Al final, como que todo hay donde todo no hay; y lo que menos hay es dinero. Lo miserable que hay es un gotero para apagar un incendio gigantesco.

Curar esas heridas cuesta millones de millones de dólares; y para el colmo, están en una orografía ante la cual hasta el diablo se persigna.

Protestamos por esas heridas que nos sangran. Gritamos para que nos las cicatricen. Nos designaron a varios de los nuestros para que nos las ventilen, pero terminaron llorando. Es que tampoco son magos. Y nosotros creímos -qué ilusos- que ellos podrían coger todo el dinero disponible en el ministerio y traérselo para estos lados, para estos lados donde derrumbes y deslizamientos son parte de este punto geográfico, que al norte limita con el Ecuador.

Sanarlas del todo requerirá cuando menos la cuarta parte del presupuesto general del Estado; o más. ¿Nos hemos dado cuenta de esto? (O)