El buen conductor

Juan F. Castanier Muñoz

La persona que conduce bien un grupo humano, un gremio, una agrupación política, una institución o un país, es una persona digna de encomio, un ejemplo para la sociedad. No hace aspaviento de su posición ni de sus acciones, actúa con equilibrio y equidad, es firme en sus decisiones sin ser un déspota, es ecuánime en sus actitudes sin ser un pusilánime, es honesto en todos sus actos, no deja que el poder obnubile su pensamiento, no es ambicioso y actúa siempre apegado a la ley. Sé que en este momento, buena parte de nuestros amables lectores estarán pensando “ y dónde encontramos una persona con semejante perfil?”. Entiendo que los buenos conductores no están “regados” a la vera de los caminos, pero que los hay, ¡los hay!, de dónde salieron sino Charles de Gaulle, Winston Churchill, Mijaíl Gorbachov, Gandhi, Nerhu, Ángela Merkel.

La clase dirigencial en los países latinoamericanos se encuentra atravesando, desde hace quién sabe cuándo, una importante crisis de valores, un deterioro nada saludable. Con honrosísimas y contadas excepciones, los dirigentes de las agrupaciones políticas y sociales han ido bajando su nivel, tanto desde el punto de vista de su formación intelectual como de su calidad moral y, esto último, constituyéndose en la parte medular y grave de un sistema que genera y echa pus por casi todos los costados.

Las discrepancias al interior de los conglomerados sociales, por ejemplo, es normal que se den, pero lo que no es nada normal es que estas discrepancias se ventilen al calor de las pasiones, de las ambiciones y, sobre todo, utilizando las estrategias y las armas más ruines. ¿Quiénes son los culpables?, o los conducidos, por dejarse llevar a un entorno donde priman las más bajas motivaciones o, los conductores, que antepusieron sus conveniencias y las de sus cercanos, a las verdaderas aspiraciones grupales.

No conozco de un mal conductor que haya terminado sus días en medio del reconocimiento general y entera paz con su conciencia. Sus propios “conducidos”, otrora incondicionales, son quienes terminan por demandarlo, utilizando, casi siempre, los mismos mecanismos aprendidos de su ambicioso líder. (O)