La comedia humana

Juan Morales Ordóñez

La reflexión sobre lo que somos y hacemos los seres humanos ha sido motivo de análisis de las civilizaciones a lo largo de la historia. Las ciencias sociales, desde la especificidad de cada una de ellas, abordan el tema y contribuyen describiendo características, peculiaridades y formas de ser y actuar de la gente en los diferentes espacios sociales en los que actúan y evolucionan.

En este texto voy a desarrollar algunas ideas sobre los aportes, especialmente de la literatura, respecto a la condición humana y al escenario social en el cual se despliega la vida en su espléndida y también oscura naturaleza.

La literatura, es el brillante producto cultural que proviene del afán de describir y comprender las acciones humanas y las razones o causas que permiten que sean tan variadas e intrincadas porque son el resultado de la compleja individualidad -única e irrepetible- de cada persona. De hecho, el título de este artículo es el de la obra de Balzac, notable escritor francés del siglo XIX que, al tratar en su extensa producción, sobre la vida de la gente, decidió, junto a sus editores, denominar a ese conjunto de textos sobre las personas y sus circunstancias, con el inmortal título de La comedie humaine.

Siempre en el análisis de algunos ejemplos de la literatura extranjera, la novela Crimen y Castigo de Dostoievski, nos lleva con maestría única a un escenario en el cual la culpa, el delito, la inocencia y otras formas del alma humana se manifiestan en cada uno de sus personajes. Raskólnikov, el joven estudiante que asesina convencido de que el fin justifica los medios. Sonia, la dulce joven hija del ex funcionario Marmeladov, decadente y alcoholizado. Aliona Ivánova, la propietaria de la casa, usurera y mezquina a quien Raskólnikov mata.

En Los Miserables de Víctor Hugo se describen temperamentos y comportamientos. El Obispo Myriel, ejemplar en su misericordia. Jean Valjean, expresidiario, noble y bueno. Fantine, que vive y muere en el dolor y la tragedia. Javert, policía implacable. Marius, joven revolucionario, Éponine, enamorada y sensible, hija de los esposos Thénardier, malos y capaces de cualquier trapacería.

En La Montaña Mágica, Thomas Mann, escribe sobre las conductas y emociones de sus personajes. Hans Castorp, el joven protagonista, ingeniero de formación que vive una experiencia intelectual poderosa en el sanatorio Berghof ubicado en los Alpes suizos. Settembrini, el humanista. Naphta, el judío converso que ha ingresado en la orden jesuita. Clawdia Chauchat, encarna la atracción erótica.

Los escritores ecuatorianos, tan notables muchos de ellos, también nos han legado retratos inmortales de las características propias al temperamento de personajes icónicos de nuestra cultura e idiosincrasia. En la novela Huasipungo, Jorge Icaza, retrata las personalidades de Alfonso Pereira el terrateniente, del cura promiscuo, de Andrés Chiliquinga el indio, de Jacinto Quintana el teniente político, de Policarpo el mayordomo, de Cunshi la mujer. Cada uno de estos personajes actúa desde su propia realidad y específica concepción de la vida y de su rol en ella, que no es sino, en gran medida, el resultado de sus experiencias en escenarios históricos y culturales marcados por grandes categorías como la conquista, la colonia, la injusticia como situación cultural aceptada, el racismo, los complejos de superioridad y de inferioridad, la ignorancia y una realidad social aislada del mundo, volcada a sí misma en un decadente proceso de autovalidación y sin ninguna autocrítica.

Los personajes de la novela Los Sangurimas del escritor José de la Cuadra, como Nicasio el padre y sus hijos Ventura o Raspabalsa, Terencio el cura, Francisco el abogado y Eufrasio el coronel, representan formas culturales íntimamente relacionadas con orígenes étnicos, acontecimientos históricos y entornos geográficos en los que desarrollan sus vidas. La mezquindad, avaricia, lascivia, valentía, generosidad, violencia y otras características de la gente, son descritas con oficio por el escritor ecuatoriano.

Nosotros, aquí y ahora, como todo pueblo y como cualquier ser humano, somos universos complejos, a veces insondables e indescifrables y a veces evidentes y claros. Lo excelso y lo sórdido, categorías de la filosofía moral, forman parte de nosotros, claro, solamente de quienes así pensamos, pues hay muchos que son tan impolutos y perfectos que no corresponde incluirles en una categorización a la que no pertenecen. Hablamos de la condición humana y repetimos conceptos como el tan manido “el hombre es el lobo del hombre”, sin aceptar que lo que decimos de los otros también es nuestro y que veces o siempre, somos tan malos como cualquiera en nuestra inclinación a la envidia, la prepotencia, el rencor, la hipocresía o la venalidad.

Voy a esbozar un escenario con algunos tipos de personajes de la cotidianidad local. El intelectual que por serlo o por definirse como tal, piensa que es mejor que los otros. El jubilado que critica con acritud a todo y a todos. El funcionario que ejerce su pequeño poder sobre los ciudadanos para autoafirmarse. El profesor universitario infatuado por sus cargos o títulos. El que por su autoproclamada genética menosprecia a sus compatriotas y se prosterna ante determinados extranjeros a quienes considera superiores. El comerciante inescrupuloso que atraca cuando puede. El ciudadano que proviene de familias con logros y aportes históricos a la sociedad, que vive y se ufana de ellos, sin contribuir en nada a la obra de sus ancestros. El político joven o viejo impulsado por la astucia, la mentira, la falta de sentido del honor y la desvergüenza.

Claro, en la orilla opuesta, esos mismos roles sociales, son vividos por personas buenas y correctas, ya sea en su condición de intelectuales, jubilados, funcionarios, profesores universitarios, ciudadanos de toda clase y condición, comerciantes o políticos. Ellos son respetuosos de los otros, conscientes del valor de los demás y de la necesidad de construir una sociedad más avanzada partiendo de su propia superación moral que, encuentra su fundamento esencial, en la permanente autocrítica y no en la de otros, que por esa práctica artera, se convierten en blancos de burlas, escarnios, insultos y envidias, pese a que cuando esos -los hipócritas- están con ellos, solo pronuncian zalamerías, falsos elogios y mentiras forjadas desde su insolente socarronería, que además, es grotescamente celebrada por acólitos y bufones.

Sería muy bueno para nuestra sociedad, que algún escritor, describa a modo de novela, desde su talento en el uso del lenguaje y desde su inclinación por el entendimiento de la condición humana, esos roles y otros que nos identifican como sociedad, como el del artista deslumbrado por las formas, los colores, los sonidos y la belleza. Del amigo leal y solidario. Del padre de familia que trabaja y provee a su casa los recursos necesarios. De la madre abnegada y buena, capaz de sentir la ternura y el desprendimiento absoluto por sus hijos. Del ciudadano común y corriente orgulloso de su trabajo y de su vida.

Sería muy bueno, que además de reconocer los méritos que nos identifican, también seamos conscientes de nuestros defectos. Porque, como decimos coloquialmente, “lo uno no quita lo otro”. Además, reafirmo mi concepción personal de que el verdadero desarrollo de individuos y sociedades está más conectado con la autocrítica y la superación de los errores que con la autoalabanza y la ciega vanidad que, muchas veces, ocultan esencias que también nos definen como personas y como pueblo.

¡Una versión local de La comedia humana! Un escenario variopinto de verdades y mentiras. Maravilloso y grotesco. Transparente y opaco. Sublime y ladino. Honorable e indigno. Humano.