A Chaya y desde Chaya

Jorge L. Durán F.

Siempre escuchaba a mis abuelos y estos a los suyos, y así retroactivamente, hablar y prepararse para ir a las romerías tradicionales en el sur del Ecuador.

Hablaban de cumplir las promesas de ir Chaya, a El Cisne, a Loja. Según ellos, para agradecer a “Mama Virgen” de todo y por todo.

“Para matar el gusano”, serpenteando un carretero culebrero llegué a Las Nieves, una parroquia rural del cantón Nabón, popularmente conocida como Chaya.

Entre cerros y peñascos está el pueblito con calles lastradas, casas dispersas, la mayoría de adobe y teja, una plaza rodeada de unos cuantos árboles bien podados; al fondo un tremendo cañón, y la inefable iglesia.

De los interrogados, ninguno responde por qué el nombre de Chaya. Ya ni modo, pues.

Debo hablar de la parroquia Las Nieves y de la Virgen de Las Nieves, cuya primera capilla se divisa más arriba, donde, supuestamente, “apareció” la Virgen. Eso oí.

Don Alejandro, un veterano llegado desde Nabón, tras preguntarme si soy católico “o qué”, dice: “oiga, la Virgen ha escogido para aparecerse los lugares más olvidados y tristes. ¿Se da cuenta?”.

Lo dejo. Mientras camino, recuerdo mis tiempos universitarios cuando se hablaba de que “la religión es el opio del pueblo”.

Imposible ingresar al templo. Apenas se oía la voz del sacerdote, llegado desde Nabón. Los feligreses lo escuchaban con los sombreros o gorras en las manos.

El pueblo olía a comida, a bocadillos, a ajo macho, a cuyes a medio pelar, “a pan de Chaya”, a granos. Otros “hacían tener” estampas y medallas de la Virgen a cambio “de lo que sea su voluntad”. Unos ofrecían tiestos. Otros, merenjures para curar la mala suerte.

Lo cierto es que ese día, 5 de agosto, “no había dónde poner un pie”. Campos recién cosechados se improvisaron como parqueaderos. Todo valía, según supe, para aprovechar las fiestas de “Mama Virgen” y “vender alguna cosita”. Para bailar, también.

Al final de la misa ingresé al templo. Los devotos formaban una larga fila hasta la parte posterior del altar mayor. En la cúspide resplandecía la imagen de la Virgen, vestida toda de blanco. Otros iban al ritual de la “quema de velas”.  ¡Cómo se vendían las velas!

En una alcancía grande la gente introducía su limosna, o sea dinero. Según los depósitos recibían estampas, cuadros. En fin…

Me hice preguntas insidiosas. Imagínenlas. También hice cuestionamientos. Rebobiné el libro Entre la Cruz y la Espada; Evangelización o adoctrinamiento en América Latina, leído hace más de 30 años.

Luego, el regreso. Señora, ¿y cómo se verá el pueblo cuando acabe la fiesta?

“Nada. Volveremos a quedaros solos. En la soledad de siempre, oiga”. (O)