El amor

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

Me han dicho y con razón, que el artículo editorial de hoy no debería hablar de política, lo que es lógico dado que estamos atravesando ese paréntesis incoloro llamado silencio electoral, en el que la política, en modo espíritu santo, está presente en todas partes, pero nadie puede nombrarla sin cometer pecado. Así que, dado que no debo hablar de política, pretendo hablar de otro tema mucho más escabroso: el amor. ¿El amor? Sí, ese que para los filósofos griegos consistía en “…la lucha de los principios de unión y separación del universo” y para ese buen tipo que era Platón, se mostraba como “un dios poderoso”.

Este sentimiento que nace de forma arbitraria, independiente de la voluntad y lejano a la razón. Ese que, según Isabel Allende “es un contrato libre que se inicia en un chispazo y puede concluir del mismo modo”. Ese estado en el que se pierde todo vestigio de tranquilidad mientras la vida se convierte en una borrasca. Por eso el budismo dice que la felicidad es el no deseo y las culturas orientales dicen que el nirvana sería no amar ni odiar. Bueno, yo al menos, paso…

En fin, Ese sentimiento que, según como se mire, puede tener un origen biológico (usted sabe a qué me refiero), intelectual (también sabe a qué me refiero) o espiritual (aquí le concedo el beneficio de la duda). Este amor que no se refiere a las cosas o al poder, pues eso se llama avaricia y vanidad, dos pecados capitales a propósito (mire que religiosos no hemos puesto). Ni se parece tampoco a los celos, pues eso es simplemente torpeza e instinto de propiedad.

Aquí hablamos de ese otro tipo de amor, el que uno siente por sus hijos, por su pareja. Ese amor puro que más bien se parece al amor a la naturaleza, al arte, a la patria.  Sí, a la patria. A esa que hoy nos necesita tanto y que contendrá el aliento mientras usted, dadas las circunstancias, comete ese acto de valor que significa acercarse a las urnas. Ese amor es el que cuenta, no lo olvide el domingo… (O)