Debate para un debate

David G. Samaniego Torres

Escribo apenas terminado el Debate, con mayúscula, para distinguirlo de tantos otros debates. Creo que vale entretenernos en este tema. El anunciado, publicitado y ejecutado Debate, dejó en mi un sabor, ni siquiera agridulce, sino insípido quizá porque recordaba a León Febres Cordero y Rodrigo Borja, frente a frente, mirándose cara a cara, exponiendo cada uno sus verdades ‘con alma, vida y corazón´, con tiempo suficiente para expresar holgadamente conceptos que permitieron a los televidentes hacerse una idea cabal de cada uno de ellos. Me permito aclarar este juicio de valor.

Quiénes fueron los creadores del esquema conceptual del Debate de este primero de octubre, desconozco; deben ser personas doctas, con honorarios apetecibles y con seguridad deben haber demostrado que ese instrumento era el más idóneo para que los candidatos a la Presidencia de la república del Ecuador puedan darse a conocer a través de un novedoso sistema de preguntas y respuestas.

Durante ochenta minutos pude apreciar el Debate. Tuve conmigo una alta dosis de curiosidad sobre el tema; quise apreciar la valía de los dos candidatos a la Presidencia; me interesaba conocer cuáles eran nuestros mayores problemas por resolverse y, finalmente, si las respuestas de los candidatos daban a entender conocimientos suficientes para conducirnos.

Permítanme participarles mis conclusiones luego del debate. Aspiro a que ustedes me hagan llegar su opinión al respecto. Vivimos un presente, pero nos interesa el futuro.

-La finalidad de este Debate fue dar la posibilidad, a quienes aspiran ser presidentes de Ecuador, para que exterioricen de manera clara y precisa aquello que piensan hacer en diversas áreas, previamente seleccionadas. El fin de este certamen cívico fue plausible porque no todos tenemos la posibilidad de conocerlos de manera individual.

-Los tiempos destinados para el efecto, de dos minutos para abajo, son cortos, por más que las preguntas persigan respuestas concretas. El tiempo que transcurre entre escuchar una pregunta, hilvanar mentalmente una respuesta y luego escoger las palabras para exteriorizarla es demasiado corto y hace que el reglamento escogido para el Debate no sea el idóneo. Quienes hemos estado alguna vez detrás de un micrófono sabemos como se comporta nuestra mente y cuanto depende de nuestro estado de ánimo.

-¿Cómo saber si el instrumento escogido no fue el más idóneo? ¿Tenemos acaso un banco de respuestas para sopesar contenidos o juzgaremos por la puesta en escena de cada participante?

¡Ustedes tienen la palabra! (O)