M. Raúl Cobos Z.

David G. Samaniego Torres

Mauro Raúl y yo nacimos en un pueblito premiado por la naturaleza, bello e inquietante, como pocos: me refiero a Sígsig. Conozco los cantones de la Morlaquia, todos tienen su esplendor y cada uno custodia con celo su propia especificidad que los hace diferentes. Sígsig, lo han dicho turistas, académicos y sus hijos, tiene un algo que lo hace, por presente y por historia, único. En este pueblito nacimos, hace ochenta y ocho años, con cuatro meses de diferencia, Raúl y este servidor, fuimos compañeros de aula y alumnos aventajados, de esto hablan los registros de la escuelita salesiana Alberto Castagnoli.

La vida nos dispersó. En nuestra adolescencia siempre encontramos espacios para esporádicos encuentros hasta que un momento nos perdimos y poco o nada supimos de triunfos y fracasos mutuos. Hace algo más de cuatro décadas, por coincidencias de la vida, nos encontramos nuevamente: los dos habíamos fijado nuestra residencia en Guayaquil, la hermosa Perla del Pacífico.

¿Por qué y para qué este preámbulo?  Para contarles que Mauro Raúl Cobos Zúñiga falleció hace pocos días en USA, rodeado de su familia. Nos duele su partida. Un grupo de amigos que solíamos reunirnos en su casa de Guayaquil para conversar y jugar el tradicional cuarenta esperábamos su pronto retorno. Al parecer su alma tenía prisa de retornar a su Creador.

Raúl, se le llamaba siempre con su segundo nombre, fue un hombre dotado por la naturaleza con destrezas no muy frecuentes. La fotografía, con todas sus implicaciones, fue su pasión. La Kodak valoró sus habilidades. Tuvo un carisma especial para restaurar fotografías antiguas que acusaban deterioro y que almacenaban recuerdos invalorables. La Continental Camara, en Estados Unidos y otros países del mundo, aprovechó la genialidad de sus habilidades.

Raulito, así lo llamaban afectuosamente quienes lo conocieron de cerca, cuando entraba a su adolescencia salió del Sígsig para trabajar y estudiar en Cuenca. En su corta edad vislumbró horizontes y comprendió que el mundo era suyo. Contrajo matrimonio con Celia Jiménez en Guayaquil; ella fue su compañera, su inspiración y su gran amor.

Rindo homenaje al amigo, al pintor superdotado, al perito en electrónica y telecomunicaciones, al amante de la música y de la vida, al devoto de María Auxiliadora:  la Churonita de Tudul, al   hombre que supo descubrir sus aptitudes y habilidades y convertir la vida en un encuentro permanente con lo desconocido. (O)