Educar en la honestidad

Edgar Pesántez Torres

El otro día, en un conversatorio por avizorar y mejorar el futuro de la educación, recogíamos y expresábamos algunos juicios en torno a mejorar este primerísimo quehacer humano que es la formación integral del educando. Entre tanta acotación sumaba que, como el hombre ido en años ya no puede realizar el ideal del eterno retorno, repitiendo su vida al que todos en algún momento cavilamos siquiera como ilusión para rectificar los errores, ahora pretendemos buscar la rectificación en las nuevas generaciones, haciendo que ellos lleguen a cumplir una bella conducta: de vivir con honestidad.

En la tertulia, cada quién desde su perspectiva, subjetividad, conocimiento y experiencia, apostaba por la ética del género humano, con valores que deben primar en el proyecto de la nueva educación: la libertad, justicia, democracia, el respeto, solidaridad… Otros creían en la búsqueda de la verdad, la unidad en la diversidad, en desarrollo emocional… En fin, cada quien conjeturaba por una serie de principios y valores, unos más axiomáticos que otros. Pero, quedaba una sin nombrar y me parecía la más importante: la honestidad.

Así parece ser, porque la gran virtud que cobija a las demás es la honestidad. La honestidad es la fuerza para sostener los valores y no pervertirlos. Si sabemos que una persona no nos engaña, no miente, si sabemos que esa persona tiene buena voluntad y deseo de hacer el bien, si vemos que se comporta con actos enmarcados a hacer el bien y evitar el mal, entonces le damos nuestra confianza y pasamos por alto sus humanos errores.

Tradicionalmente la honestidad se relacionaba como la decencia, el decoro, el pudor, las virtudes íntimas, pero también hemos de convenir que ella está en armonía con la inteligencia y la personalidad. Pedimos honestidad intelectual a quienes toman grandes decisiones para la Patria y el mundo, esperando honradez en su personalidad para que se elimine la mezquindad, el odio, la venganza y otros anti valores. 

La honestidad es la conciencia clara así mismo y hacia los demás, es el reconocimiento de lo que está bien y es apropiado para nuestro propio rol, conducta y relaciones. Con honestidad no hay hipocresía ni artificialidad que crean confusión y desconfianza en las mentes y en las vidas de los demás. Este valor conduce a una vida de integridad, en consideración que nuestro interior y exterior, la conciencia y el sentimiento, son reflejos el uno del otro. (O)