El hombre, «Un ser de encuentro»

Francisco Olmedo Llorente

                                                                               

El lema del gobierno del presidente Guillermo Laso Mendoza es «Ecuador del Encuentro», Gobierno del Encuentro. Con esta ocasión, considero oportuno referirme al sentido riguroso de la palabra «encuentro», que tiene un rico trasfondo filosófico, formulado por la antropología relacional-dialógica. La noción de encuentro ha devenido categoría ontológico-antropológica para definir el ser del hombre.

Puesto que el encuentro es un elevado modo de relación, esta categoría es fundamental para caracterizar al hombre. La persona es ser relacional, está constitutiva y sustancialmente relacionada. M. Buber dice que la relación está al principio de lo humano: «en el principio era la relación». Antoine de Saint-Exupéry afirma que “el hombre no es más que un nudo de relaciones. Sólo las relaciones cuentan para el hombre”.

Juan Rof Carballo -médico, bioquímico- autor del libro «El hombre como Encuentro,» escribe: “La realidad dialógica del ser humano, es decir la que se revela en el encuentro o en el diálogo, pone de manifiesto que, en el fondo más íntimo de su existencia, hasta en su estructura física, el hombre es constituido, de modo esencial, por su prójimo”.

Así mismo, Alfonso López Quintás afirma que el hombre es «ser de encuentro», un ser dialógico-relacional, cuya vida es «una trama de encuentros». Destaca que los hombres no somos como una circunferencia, con el centro en el «yo», sino como una elipse, que tiene dos centros: el yo y el tú. Según este autor, «la Biología y la Antropología Filosófica más cualificadas actualmente concuerdan en que el hombre es un “ser de encuentro”; vive como persona y se perfecciona como tal creando relaciones de encuentro con las demás personas, las instituciones, las obras culturales, los pueblos y paisajes, la tradición, los valores estéticos, éticos, religiosos». A continuación, entresaco algunas ideas y expresiones (a veces, sin nombrar) de A. López Quintás, calificado con acierto como filósofo del encuentro.

El concepto de encuentro y su posibilidad requiere trascender el modo de pensar objetivista, dominador, propio de la racionalidad instrumental moderna. Este modo de pensar valora el «tener» sobre el «ser» (recordemos los títulos de sendos libros de Gabriel Marcel y de Erich Fromm), valora los medios sobre los fines y tiende a tratar todas las realidades como objetos, incluidas las personas.

Martin Buber establece dos tipos de relaciones: «Yo-Ello»y «Yo-Tú». En el primer tipo, el «Ello» es visto como un objeto, como una cosa. La relación es de sujeto a objeto. Es una relación utilitaria, de objetivación y de dominio, que cosifica a la persona. Nuestra vida diaria y común la vivimos en este tipo de relación, necesaria para el hombre, pero insuficiente. Como dice Buber, «sin el Ello no puede vivir el ser humano. Pero quien solamente vive con el Ello no es ser humano».

Por eso, Buber afirma que es necesario introducir el tipo de larelación personalista «Yo-Tú», que es una relación personal, intersubjetiva, de sujeto a sujeto, en la que el «Tú» no es tratado como un «ello» impersonal, como un objeto manejable y utilizable.

A. López Quintás dice que hay que dar un paso más allá de Buber, introduciendo un tercer tipo de relación, a saber, el esquema «Yo-Ámbito». Éste incluye y complementa la pareja «Yo-Tú», y comprende además la relación del hombre con muchas realidades, que no son personas (sujetos), ni tampoco objetos, sino que son «ámbitos». Todo ámbito tiene un carácter difuso y ambiguo, tiene un rango ontológico difícil de captar.

A. López piensa -como Marcel, Jaspers y otros- que realidad no es lo mismo que objetividad, es decir, que hay realidades «inobjetivas», «superobjetivas». Por ello, subraya la existencia de distintos niveles o modos de realidad y distintos niveles de actitud o conducta. 

El nivel 1 es el propio de los meros objetos (realidades que se puede coger, pesar, localizar, etc.), vistos como realidades cerradas, que no se relacionan con el hombre, que no le ofrecen posibilidades de acción, por ejemplo, una tabla de madera. En este nivel 1, la experiencia es lineal, unidireccional. Va sólo del sujeto al objeto. El esquema es «acción» del sujeto-«pasión» del objeto = manipulación.

El nivel 2 es el de los ámbitos o realidades abiertas, fecundas, en cuanto nos ofrecen posibilidades para realizar diversas actividades, por ejemplo, un tablero de ajedrez, una persona, una institución. Los ámbitos son campos de posibilidades de juego. El tablero de ajedrez es una realidad abierta, que entra en relación operativacon el jugador, le ofrece posibilidades. A. López dice que «jugar – entendido en sentido filosófico preciso- significa recibir posibilidades para crear con ellas algo nuevo valioso», por ejemplo, crear «jugadas» en el deporte, crear «formas» en el arte, etc. En este nivel 2, las experiencias son reversibles, bidireccionales. En ellas, dos o más realidades, que son ámbitos, además de objetos, se entreveran, se influyen y complementan. El esquema es: Ámbito (sujeto) + ámbito = encuentro.

El nivel 3 de realidad se refiere a los grandes valores: unidad, verdad, bondad, justicia, belleza, etc. El descubrimiento de niveles o modos de realidad distintos nos permite conocer la jerarquía de valores.

Cada nivel de la realidad tiene su lógica propia y demanda una actitud distinta, una conducta adecuada. En el nivel 1, la actitud es objetivista, manipuladora, reificadora. En el nivel 2, la actitud es lúdica, dialógica, respetuosa. Por ejemplo, cuando la tabla de madera se transforma en tablero de ajedrez, cambia su nivel de realidad y tiene que cambiar también la actitud de la persona. Ya no será de dominio, sino de colaboración; no será arbitraria, sino de respeto a las reglas, a fin de influirse y enriquecerse mutuamente.

El auténtico encuentro no es mera vecindad física o aproximación, no es un trato o relación superficial. Es una relación profunda, un entreveramiento de dos ámbitos, que produce experiencias reversibles o bidireccionales, las cuales ofrecen y fomentan diversas posibilidades de creatividad de valores y de enriquecimiento mutuo. No es posible el encuentro con un objeto, ni con un ámbito reducido a objeto, pero es posible el encuentro con objetos convertidos en ámbitos. A. López pone el ejemplo de un trozo de pan, el cual no es un mero objeto; es una realidad relacional, es un ámbito, fruto de un encuentro múltiple. En el pan confluyen muchas realidades. De aquí, su poder simbólico.

Hay formas diversas de encuentro.  La más elevada, valiosa y fecunda es la que se da entre personas. «El encuentro –visto en sentido estricto– es el modo privilegiado de unión que establecemos con las realidades personales, que son ámbitos dotados de un peculiar poder de iniciativa». Para posibilitar el encuentro, hay que practicar valores como la generosidad, solidaridad, fidelidad (cumplimiento de lo que se promete), veracidad, tolerancia (que no es mera permisividad), etc. Al cumplir las exigencias que plantea el encuentro, se descubren los valores y las virtudes o capacidades para encontrarse.

La Constitución del Ecuador, en el art. 71, dice: «La naturaleza o Pacha Mama, donde se reproduce y realiza la vida, tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos».

La expresión «la naturaleza como sujeto de derechos» llama la atención. No por lo que implica y defiende, sino por el vocablo «sujeto». Quizás, se podría hablar, más bien, de una ética ecológica, de deberes del hombre -como «ser en el mundo»-respecto a la naturaleza.

¿Podría contribuir el pensamiento relacional sobre el encuentro a la fundamentación de los derechos de la naturaleza? ¿Se podría hablar del encuentro ecológico-ambiental? ¿Es la naturaleza más que un mero objeto o cosa y menos que un sujeto? ¿Es una realidad abierta, que tiene con el hombre una relación de interacción reversible, bidireccional? Si así fuera, el hombre -al ver la naturaleza como ámbito- debería pasar de la actitud objetivista, dominadora, a la actitud lúdica, de respeto, estima y amor, ateniéndose a las reglas del encuentro.

Parece que las ideas expuestas podrían aplicarse, analógicamente, al «Ecuador del Encuentro», promovido por el Gobierno Nacional. En la compleja situación que vive el Ecuador, el encuentro verdadero exige voluntad de   colaboración mutua, a fin de viabilizar el país de paz, progreso y bienestar que todos anhelamos. El entreveramiento que supone el encuentro nacional, implica entrelazar e impulsar dos centros de iniciativas (el gobierno y la ciudadanía); implica ofrecerse mutuamente posibilidades de acción mancomunada; exige que ambos centros miren – unidos, «encontrados» – en una misma dirección.