Verdad objetiva

Edgar Pesántez Torres

La borrascosa política del país, dirigida por menesterosos de la ética, moral, lealtad y razón tiene su propio origen, además de un actor coadyuvante que es la soberbia, antípoda de la humildad. Es lo que advertimos en los Lasso, Saquicelas, Ulloa y Atamaint, con una Corte Constitucional espectadora de lo que pasa en el cuadrilátero, a la espera del influjo de las barras enardecidas para decidir a quien levanta la mano.

La piedra de todo conflicto -respetados contertulios- está en la conciencia del yo y la posesividad. Extrañamente, esta conciencia les hace perder toda ponderación para asirse a lo que quieren: el poder… y dinero. Esto les obnubila y disipan lo más significativo de la vida: los importes universales que dan valor y sentido a los hombres de bien.

Estos señores, sin Dios ni Ley, carecen de humildad y su impudicia sobrepasa los lindes de la dignidad. Nadie cede paso a las ideas del otro, menos a lo que dice la Constitución y las leyes. El acatamiento debe mediar entre la intolerancia y la sumisión a fin de que triunfe la conciencia sobre la soberbia y la vanagloria, o sobre ese impulso que los lleva a pensar que son inmortales e infalibles.

“Para llegar al conocimiento de la verdad hay muchos caminos: el primero es la humildad, el segundo la humildad y el tercero la humildad”. San Agustín de Hipona sabía que sólo el que ancla su vida en la humildad era capaz de vencer al gran enemigo interior: la soberbia. ¿Será conveniente que la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, mediadora de los intereses indígenas, ahora medie entre el pueblo y estos cristianos engolfados en el poder, a fin de que declinen la soberbia? 

Dicen tener la verdad, ¿cuál verdad?: la suya. Todos razonan desde “el cristal con que miran el hecho”, condición que se reduce a la opinión subjetiva y que no cambiará lo que realmente ha sucedido, transformando el valor a lo que cada quien opina; flanqueando la objetividad y la realidad. De ahí la propuesta por una ‘verdad objetiva’.

La verdad objetiva es lo que realmente ha sucedido en un hecho o en un acontecimiento, por tanto, evítese discursos lógicamente verdaderos, pero espantosamente ‘no verdaderos´, que lleva a encubrir la realidad. Vemos a diario a estas autoridades esconder la verdad real del suceso, mediante un discurso coherentemente lógico pero que no se somete a la realidad. (O)