¿Quemamos el treintaiuno?

David G. Samaniego T.

¡Qué les parece esta propuesta!  Examinémosla sin prisa y, de ser posible, con una dosis importante de autocrítica porque vivimos lamentándonos de la situación actual de nuestro bienamado Ecuador, pero muy poco hacemos para detenernos a examinar aquello que sucede, buscar soluciones y luego emprender correctivos. Aquello que a continuación detallo y también lo que ustedes detestan, coloquemos en la hoguera del treinta y uno y luego de ver las cenizas bailemos sobre ellas, zapateemos con gusto, hasta tener la certeza que el nuevo año nos encontrará con promesas renovadas y anhelos urgentes.  Creo que es un deber cívico incinerar:

-La tolerancia enfermiza. Nos estamos acostumbrando peligrosamente a convivir con los rumores y a ser indulgentes con las transgresiones a las normas de sana convivencia.

-La aceptación de lo anómalo como algo normal que significa ser tolerantes e indulgentes con aquello que no debe ser, tolerantes en especial con nuestros amigos y parientes que optaron por caminos fuera de la ley. Este proceder conduce a una complicidad soterrada tan o más peligrosa que la ruptura de la legalidad de manera franca y ostentosa de nuestros agnados y cognados.

-El desinterés por poseer una información real sobre el acontecer nacional para que nuestras palabras puedan servir de orientación o al menos de pistas para encontrarse con la verdad.

-La avidez por leer informaciones en diversos medios de comunicación sin el tiempo suficiente para examinarlas y emitir un juicio crítico sobre ellas de suerte que nos ayude a desecharlas cuando no estén apegadas a la verdad y evite que seamos instrumentos de propalación de falsedades que perjudican a la conciencia nacional.

-A incinerar todo aquello que tiene que ver con individualismo, con la negación a participar en acciones necesarias para combatir el mal, en síntesis, a la negación de lo comunitario porque el individualismo dentro de una sociedad la conduce a la muerte.

El combustible no mencionado: aquellas intenciones y acciones que de una u otra forma nos alejan de lo óptimo y también de lo bueno. Queremos un 2024 que nos ayude a creer que sí es posible erradicar nuestras falencias y empezar a reconstruir todo aquello que se ha buscado y aún se busca destruir en este milenio.

Para ustedes, lectores de esta columna, mis mejores anhelos porque el 2024 nos acerque a una masiva reconstrucción moral y material de nuestro Ecuador. (O)