¡Mi Tía Lulú!

Aurelio Maldonado Aguilar

Lo grito. Lo declamo y lo público. Soy y fui un hombre escogido por la suerte. Nacido en medio de familia de ancestros, aun como un gusano balbuciente, me abrigaron y me quisieron mis abuelos y mi gente con una extraña pasión sin referente. Grité en mis molestos berrinches de neonato debilucho y fueron cuatro caricias inmensas las que me cubrieron con frazadas de amor incomparable y bocaditos del néctar blanco de los pechos de mi madre. Que suerte la mía. Nací con cuatro padres, lo he dicho, lo diré hoy y lo insisto. Mis padres biológicos, seres incomparables de una nitidez de santos y mis dos tíos Guillermo y Lulú, que nunca dejaron de tener mi mano díscola en medio del tibio armiño de las suyas. Pegado a ellos, sus ejemplos y consejos, crecí sin deshabitar la unión de sus presencias. Todos los miércoles de todos los meses y los años, almorcé en la monumental ara de la casa de ellos. Frente a mi lugar, percibía el olor de perejil y aceitunas, colocadas como agasajo simple y grandioso, cuando estos verdes frutos únicamente se importaban.  Llegó un año, el 1965, que ya es historia de Cuenca entera. Un niño Dios, pequeñito de mejillas rosadas, fue regalado por mis tías abuelas a mi Tía Lulú, y se desarrolló el primer “PASE DEL NIÑO DE LA TÍA LULÚ” en Cuenca.

La convocatoria fue siempre abrigada y generosa. En la caminata tras las huellas del borrico “Jacobo” con la virgen y el niñito, venia una tropa policroma, abigarrada sin distingos sociales ni diferencias en las almas. En el Cenáculo, iglesia del barrio de toda la familia, se desarrollaba la misa y luego con cánticos, chagrillo y misceláneas, esperaba la casa de mis tíos a todos. El “gloriado” caliente repartido por la mano encendida de brillos de mi tío Guillermo, con apenas un piquete de alcohol, se repartía alegremente. Este sábado, nuevamente, como desde hace 69 años, se mancharán los adoquines de Cuenca y las almas de los convidados, con pétalos de rojo encuentro y memoria altiva y generosa. Cada uno de los allegados, tiene un derecho y actividad de ayuda. Unos con esto, otros con aquello y todos de una manera mágica contribuyen, con detalles y mandatos de mi Tía. Yo tengo mis obligaciones muy puntuales. Desde 40 años atrás, debo, tengo, me obligo gratamente a tener el borrico en mis terruños para que trabaje únicamente en el magno encuentro y llevarlo el día del pase, bañado y enjaezado para recibir en sus lomos a la virgen y aquel niño. Los años me obligaron a cambiar 4 veces de asno, teniendo una Micaela, una Rosita dentro de mi tropa callejera. Además, tengo, debo, me obligo a escribir un patojo poema cada año, para que impreso en tarjetitas, se entregue de recuerdo, editado por un amigo que lo repite sin costo, año tras otro. (O)