Tráfico de influencias

El tráfico de influencias, el cobro de “diezmos”, el abuso confianza, son, entre otros, los vicios eternos de la política ecuatoriana.

Los casos descubiertos y llevados ante la justicia habrían avergonzado a sus actores. Y más, si pagaron sus desafueros con la cárcel.

Pero lejos de constituir un escarmiento, al resto de políticos y sus acólitos “les resbala”.

Ahora, es el hijo de la Vicepresidente de la República, Verónica Abad, el investigado por presunto tráfico de influencias.

Su detención dio lugar a una serie de reacciones, antojadizas las más, para buscar victimización, cuando lo correcto es conocer el desenlace de la investigación a cargo de la Fiscalía.

Todos son inocentes mientras no se pruebe lo contrario.

Empero, no debe ser así por así o “solamente por política”, primero la denuncia de quien la planteó en contra del ahora detenido por quererlo chantajear; segundo, la intervención de Fiscalía, en alerta ante el mínimo asomo de corrupción.

No es de ahora, pero el tragicómico devenir político del país es abundante en casos relacionados a familiares de quienes ostentan altos cargos para conseguir prebendas, creerse parte de ese poder, llenarse de ínfulas o “dar una mano” a amigos y parientes, claro, a cambio de algo.

En reversa, las autoridades elegidas también hacen lo suyo para cometer esos mismos vicios, incluso conminando a quienes deben firmar contratos de trabajo, crear partidas y hasta inventarse cargos.

Lo ocurrido en la EMOV EP no dista de esa realidad una vez revelada la trama para adjudicar un jugoso contrato de grúas; y, lo peor, el abuso de un micro poder, de vanidad también, para obligar a un agente de tránsito a no cumplir con su deber tras detectar a un ebrio conduciendo su vehículo en cuyo interior iba otra funcionaria de esa empresa.

El poder no solo se vuelve adictivo para quien lo ostenta; entontece; también despierta complejos, aviva el ego y el afán de conseguir dinero fácil.