A mi madre y a la suya

Edgar Pesántez Torres

Zanjando los homenajes que realizarán los guachanacos de aquí, los besugos de allá y los petes de acullá, con discursos de mucho ringorrango por el Día de la Madre, cuando ellos en cada ataque esquizofrénico espetan disfemismos contra el ser que les dio la vida, valga esta ocasión para tributar a mi madre y a la de ustedes, amigos y contertulios, porque cuando viene a mi memoria la figura de mi madre, voy a su encuentro para refrescar sus usanzas y consejos y proyectar en los míos.  

Sin artificios nostálgicos describiré algunos pasajes de la mejor época mía, cuando estuve bajo el alero de valores impuestos por mis padres, quienes procuraron que crezca en unidad y en amor. Mi mamá fue profesora y ella me enseñó a comunicarme en castellano y a vivir con aspectos positivos, lo que me permitió convivir con los demás de una manera justa para alcanzar un beneficio en comunidad. Si no he cumplido con lo que me instruyó e inspiró, asumo los errores como muy míos.

Maestra rural como fue en sus primeros años, lo acompañé a su lugar de enseñanza en las escuelitas Antonio Mancilla de Gutún y la Antonio Moreno y Ortiz de Nárig, ambos caseríos del Sígsig. Más tarde retorné a la casa patrimonial de mis abuelos, adquirida posteriormente por mis padres. En esta histórica vivienda de su primero dueño, el más distinguido personaje del lugar y al que la historia comarcana no le ha ofrecido el peldaño que mere, mi madre me inspiró a encontrar a Dios al son de las campanas sanmarqueñas de San Sebastián y tuduleñas de María Auxiliadora. 

Esta vez se cumplirán ocho años que no me inclino a solicitar su bendición que lo hacía invocando el apoyo activo de Dios para mi bienestar. El tiempo es cada vez más largo de su ausencia física pero más cerca del encuentro inmortal. Su silla está vacía y no la veo levantar su diestra para consagrarme, pero lo siento todos los días al despertarme.  

Ahora tengo satisfacciones espirituales de elevar oraciones al Cielo por mi bendita mamá y en ella saludar a todas las madres aún vivientes: a la de mis hijos, a mis hijas, a las de la Descendencia, a mis amigas… Gracias inefables madres, que a pesar de los errores de los hijos siguen amándolos como si fueran los mejores. ¡Ustedes son seres maravillosos; damas perfectas!  (O)