No se lo digas a nadie

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

Escribir es una forma de redención, es una inmersión en el abismo del yo primario, del cero existencial, buscando encontrar las pistas para volver a nombrarme y encontrar los nombres perdidos de las cosas que coexisten en mi interior. Es una búsqueda de la identidad definitiva, de ese centro donde el animal herido se agazapa o se muestra en breves episodios. Es una búsqueda para sacar al alma de su anonimato, para salir de la orfandad autoimpuesta frente sistema. Por eso el usar la pluma para invocar la palabra implica la invocación de un poder desconocido. Y habría que saberlo bien, el jugar con las palabras, explorarlas en toda su esencia, lanzarse a en búsqueda de una acrobacia verbal, jugarle una finta a tu idea más peligrosa, seducir, desvariar, desafiar, tiene su precio. Y ese precio, a no dudarlo, puede y suele ser alto.

La palabra, el dolorosamente solitario ejercicio de escribir, permite domar y revelar las grietas más profundas de la conciencia, los duelos personales contra uno mismo, el asalto de los viejos paradigmas con el puñal entre los dientes. La pluma corriendo libre permite exorcizarse del espanto, del bostezo existencial. Permite perdonarse, buscarse, odiarse, aceptarse, desnudarse y mostrase de cuerpo entero ante un lector atemporal, que beberá esas palabras y les dará su propio sabor, seguro, distinto al que yo sentí al escribirlas.

¡Pero vamos! ¿quién me dijo a mí que estas ideas inconexas podrían importarle a alguien más? vanitas vanitatum dijo el predicador, todo es vanidad, un cortocircuito del sistema perdido en el periódico de ayer, un instante de cuerda floja, de ansiedad, una mercancía de escaparate, un mendigo más sosteniendo la escudilla… una moneda por el amor de dios.

Pero no hay opción. Cuando una idea comienza a caminar por la sangre, martilla desde dentro, toma la atención como rehén, obsesiva, fija, inmóvil. Y no hay más remedio que lanzarse a caminar por el campo minado, hasta que se produzca la explosión inevitable y haya que empezar a juntar los pedazos. Y al final, cuando todo haya terminado, tal vez, solo tal vez, ocurra un instante feliz en medio de la tormenta… (O)