Hoy más que nunca

Andrés F. Ugalde Vázquez/@andresugaldev

Y sí, tal vez el término, hoy en desuso, podrá sonar anticuado, proscrito a los viejos tratados de la historia. El honor, aquella condición moral del deber con el prójimo, con la patria, con uno mismo… Ese concepto íntimo y profundo, que exige respeto, que explica nuestras acciones, que se hereda, que se defiende con la vida… Ese es un concepto que hoy, más que nunca, debemos recordar y volver a cultivar.

Hoy, mientras escribo estas líneas, nuestro sufrido y amado país se prepara para el segundo debate presidencia y entra en la recta final de esta campaña de odio y división, para cerrar el vacío de institucionalidad de la muerte cruzada y lanzarse a la aventura de un gobierno de transición en una patria hecha girones por la violencia y la corrupción. Y es esa patria la que necesita, más que nunca, de hombres y mujeres de honor indoblegable. Empezando por detener la campaña de la agresión pues quien pretende quitar el honor por el insulto y la calumnia, termina por quitárselo a sí mismo. Recordando, ya lo decía Lichtenberg, que “cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”. Recordando que la mentira es el camino a la indignidad. Que el político cobarde busca esconder sus defectos señalando los de los demás, mostrándose mejor, no por mérito propio, sino por la debilidad del adversario, y de esto, de este tipo de debate ya hemos tenido demasiado. Nos meremos algo mejor… somos mejores que eso…

Y luego, habrá que juzgar el propósito y las intenciones de quienes pretenden gobernarnos. Y recuerdo aquí el maravilloso Bushido, norma sagrada que regía la vida del Samuráis en el viejo imperio japonés y el principio del “Macoto”: “La intención es más importante que la acción” y habremos de juzgar los actos, no tanto por su magnitud, cuanto por el espíritu que los anima. Y esto, para quienes aspiran a la magistratura suprema, debe ser mandatorio. Ya lo decía el viejo Nicolás Maquiavelo: “No son los títulos los que honran a los hombres, sino los hombres que honran los títulos”. Más claro no puede ser… (O)